Cuando el amor de los hombres
cruce mares y fronteras,
quedarán libres sus gentes
de rencor, odio y miseria.
¡Cuánta maldad y dolor
se vive ya en esta Tierra!
*
Alguien me contaba cuando yo era niño,
hablando de gestos y de acciones sabias,
todas sometidas a un juicio divino,
que existían el miedo, la angustia y la rabia.
Bajo el ancho cielo que a todos nos cubre,
hay un mar inmenso que a la Tierra baña,
y entre sus fronteras, que son terrenales,
hay orillas negras y hay orillas blancas.
He visto cruzar sus aguas un tiempo,
donde las promesas en eso quedaban,
y la suerte, un reto de lucha infinita,
envolvía a todos con su cruel infamia.
Hasta la alambrada con sed, hambre y frío,
la vida o la muerte es solo una carta;
buscan esa puerta hacia el paraíso,
dejando un infierno atrás, a su espalda.
Son rostros cansados, ojos penetrantes,
y su tez recia inmola la eterna rodada,
a través de sendas y espacios sin dueño,
herencia infinita que a todos alcanza.
Desde las arenas de un seco desierto,
navegan de noche allá, en lontananza,
por un mar de nadie, profundo y bravío,
entre las tinieblas y la luz del alba.
Ya en el horizonte, tristes y hacinados,
entregan al aire su impotencia exhausta;
llegan a las playas rendidos, sedientos,
dejando en la arena sus huellas cansadas.
¡Insólitas sombras de mentes dormidas!
¡Lanzad hacia el viento un gesto de calma!
que si el frío es duro los meses de invierno,
más cruel es la innoble frialdad del alma.
Accésit: Certamen «Amanecer»
La imagen adjunta pertenece a Canal Literatura
Fronteras – © Juan Antonio Galisteo Luque